Diario de Teruel / M. Ángeles Moreno
Reneros de Laponia en plena Sierra de Albarracín
Más de 600 personas celebraron ayer en Guadalaviar el VI Encuentro Internacional de Pastores Trashumantes. Los asistentes relataron sus experiencias y comieron migas y caldereta en una dehesa.
Guadalaviar, una población de 100 vecinos situada en lo más recóndito de la Sierra de Albarracín, se convirtió ayer, por sexto año consecutivo, en la capital internacional del pastoreo trashumante, una actividad que todavía practica la cuarta parte de la población de la localidad y que consiste en trasladar el ganado a los pastos de regiones cálidas durante el crudo invierno turolense.
Más de 600 personas participaron en los actos del VI Encuentro de Pastores Nómadas y Trashumantes, que tuvieron lugar en el casco urbano de la población y en la dehesa Boyal, un paraje cercano poblado de altos pinos y verdes pastos. Esta iniciativa tiene por objeto dar a conocer la cultura de los distintos grupos de pastores del mundo y disfrutar de una jornada festiva en la que no faltan la música y la gastronomía tradicional.
Entre los participantes se encontraban varios «samis», indígenas de la región de Laponia cuya economía se basa sobre todo en la cría de renos. Los «samis» montaron una tienda de campaña tradicional, una «laamu», que atrajo la atención de todos los asistentes, sobre todo de los niños, que pudieron meterse dentro y descansar sobre las suaves y cálidas alfombras de piel de reno que cubrían el suelo.
La música corrió a cargo de un grupo de bombos de la localidad portugesa de Castelejo, en la región de Fundao, cuyos miembros llevaron el sonido y el ritmo de estos instrumentos por las calles de Guadalaviar y amenizaron, después, la comida campestre en la dehesa, a base de migas y caldereta.
El acto más emotivo fue el hermanamiento entre el Museo Sami y Centro Natural del Norte de Laponia y el Museo de la Trashumancia de Guadalaviar. Un renero de Laponia de 76 años de edad entregó un lazo de cuerda a un ganadero de Guadalaviar, Rufo Soriano, de 83 años, quien, a cambio, le dio un hierro de los utilizados para marcar a las cabezas de ganado en la sierra de Albarracín. Entre ambos pastores hubo palabras de presentación y agradecimiento que fue traduciendo Helca, una antropóloga noruega que estudia las costumbres de los samis.
El intercambio de regalos, cargado de simbolismo, estuvo precedido de un pequeño concierto de violonchelo a cargo de un joven veraneante de Guadalaviar, Rubén Martínez, que interpretó una obra de Pau Casals a la sombra de los centenarios pinos de la dehesa Boyal.
El VI Encuentro de Pastores, que comenzó el pasado viernes, incluyó conferencias a cargo de veterinarios e investigadores sobre la recuperación de la oveja merina, la raza más común en los Montes Universales.
«No hay otra alternativa»
Poco antes de la comida, los pastores hablaban, con un vaso de sidra en la mano, de la crítica situación que atraviesa el sector ganadero. Para Mariano Ibáñez, pastor trashumante de Guadalaviar, los beneficios que se obtienen con la venta de la carne de ovino no compensan los gastos en pienso y medicamentos.
Este mismo ganadero dijo que sigue cuidando del rebaño «porque en la sierra de Albarracín no hay otra alternativa». Agregó que el turismo está en alza, «pero, de momento, ya hay más que suficientes casas rurales». Como otros muchos vecinos, Ibáñez se va en invierno con su ganado a Jaén. Esta práctica ha generado un nuevo fenómeno sociológico en Guadalaviar, donde ya han surgido varios matrimonios entre pastores y mujeres andaluzas o manchegas que han frenando el descenso demográfico.
Ana Soriano es ganadera en Guadalaviar y destaca que el trabajo es muy pesado. «Hay que levantarse antes de que el sol caliente para dar de comer al ganado, y esto todos los días, aunque sea fiesta. Ella y su marido, Romualdo Soriano, cuidan de más de 100 ovejas y afirman que «la ganadería no es rentable si no tienes como mínimo 500 cabezas». El matrimonio se queja de la progresiva desaparición de servicios en Guadalaviar y culpa de ello, en gran parte, al mal estado de la carretera. Unos 70 kilómetros separan el pueblo de Teruel, la mitad de ellos sin arcén ni línea divisoria, con mala señalización y plagados de curvas y baches, unas condiciones que producen en el conductor la sensación repetida de que se ha perdido.
Otro ganadero, José Jarque, de Alobras, se mostró orgulloso de su profesión y de haber logrado reunir más de 2.000 cabezas, pero afirmó que «lo que sacamos por un lado lo perdemos por otro». Cada invierno baja con su ganado a Valencia para aprovechar los pastos. En esta tarea invierte 10 días y necesita otros tantos para regresar a la serranía de Albarracín. «Si nos quitan la subvención, tendremos que plegar», dice.