Siempre fueron la agricultura, la ganadería y el pinar, las principales dedicaciones en una economía poco más que de pura subsistencia; la venta de leña en Cella y Teruel a cambio de patatas, verduras, fruta u otros productos de los que Bezas carecía, yendo al monte a buscarla, rompiendo los cándalos de los pinos con una pértiga larga – bandera-, o haciéndola de las suertes que les tocaban a los vecinos en las talas de pinos, usando los carros para transportarla.
Troncos a los hornos de yeso de Teruel, recolección de rebollones –mizclos- en otoño, limpieza de cortafuegos y monte así como trabajos de restauración de fincas, caminos, hormas, lindes y barranqueras eran algunas de las ocupaciones.
Aproximadamente entre los años 1956 al 1970, también las minas de hierro representaron un factor decisivo para el desarrollo del pueblo y gran protagonismo en la zona.
También se extraía plata en el «Collado de la Plata», en la mina.
De todo ello en la actualidad apenas si quedan unos pocos rebaños de ovejas y cabras y una familia que se dedica a las labores del campo, haciéndose cargo de las piezas de los lugareños. No obstante tenemos en el recuerdo todos aquellos trabajos.
PROCESO DE SUBASTA Y ARRASTRE DE PINOS MADERABLES EN BEZAS
(Buena parte de esta información fue manuscrita por José Ramos Sánchez)
Los productos principales que se extraen del pinar de Bezas son la madera, la resina y la leña de la misma explotación maderera, dejando aparte los pastos.
La tala se puede realizar en cualquier época siempre que se pelen inmediatamente y se saquen cuando antes del monte para evitar el ataque de hongos e insectos, el ataque comienza enseguida del apeo por ello, el otoño e invierno es la época más propicia para realizar el aprovechamiento maderero (un dicho decía; sólo se pueden talar pinos los meses que tienen erre, entre septiembre y abril), las razones son varias:
– La madera se deforma menos porque contiene menos humedad.
– Tiene menos pudriciones, los hongos causantes se desarrollan con mayor intensidad desde marzo a noviembre.
– Se apolilla menos porque en invierno la madera contiene menos almidón
En unas pocas líneas esbozamos el proceso que se seguía para el “aprovechamiento del monte El PINAR”, pues además de los pinos maderables, estaba también los pinos en resinación, la leña de tronco, la de copas y los pastos que se mantenían para uso vecinal.
La adjudicación de las subastas las solicitaba el Ayuntamiento y eran revisadas y concedidas por el Ingeniero que era el que estampaba su firma en el final del Pliego de condiciones, eran publicadas en el Boletín de la Provincia con día y hora a pliego cerrado y como es natural se adjudicaban al mayor postor, dándose el caso algunas veces de quedar desiertas.
Dichos bienes maderables objeto de aprovechamiento deben estar contemplados en los respectivos planes anuales de aprovechamiento.
Pliego de condiciones para el aprovechamiento del monte «EL PINAR», de los propios de Bezas. 1935
El Contratista ya se encargaba de buscar cuadrilla para la corta, pela y arrastre hasta los cargues de recogida de los camiones.
Normalmente se realizaba a destajo unas veces saldría mejor que otras dependiendo de la orografía del monte y de la destreza con el hacha. A veces, incluso, era motivo de apuestas entre los leñadores, pasando a realizarse concursos de corta en todo el territorio como el realizado en Bezas en el año 1955 donde los participantes del pueblo José Ramos y Crescencio Martínez quedaron en segundo lugar.
Hasta los años 1920-25 se hacía todo a hacha, siendo el jornal de 3 a 4 pesetas. A partir de entonces ya se empezó a tirar con tronzadores a mano con el fin de aprovechar mejor la madera (era una sierra muy larga con mango a cada lado y manejada por dos hombres).
Cuando se mecanizó el trabajo, los viejos tronzadores fueron a parar a la cambra, Aunque la motosierra se empieza a fabricar en serie en los años veinte del siglo pasado, en estos montes no se generaliza el uso hasta los años 50-60.
Las hachas y las sierras tronzadoras se siguieron utilizando de forma doméstica, por lo que su uso, aunque de forma puntual, se prolongó en el tiempo.
Prácticamente la mayoría de los hombres de aquellos años podían tanto cortar como pelar pinos, si bien, preguntados a los más veteranos apuntan a José (el hijo del tío Serafín, y a Elias como los más experimentados y que más se dedicaban a la corta) normalmente siempre por parejas y si la subasta era grande más de una, era todo una técnica para evitar luego problemas con el desramado y la pela de pinos que no se quedasen enganchados con otros aún en pie o cruzados, engancharlos unos encima de otros, lo que se llamaba “engallinarlos”.
En los años 1960-65 se empezaron a utilizar las motosierras, se tiraban, se descandalaban y se los solían llevar sin pelar a la fábrica, aprovechando incluso la corteza para estufa y calefacciones, por aquel entonces, los jornales ya eran más competitivos a pesar de ser bajos; sobre 70 a 80 pesetas. La práctica seguida en aquellos días de arrasar el monte por completo -lo que llamaban “Tala o Tabla rasa”- para volver a replantarlo, era muy criticada y se dejó de hacer para pasar a una tira más selectiva, ir marcando aquellos que por su antigüedad, posición o estado podían ser cortados.
Al tener que realizarse la corta selectiva particularmente de los pinos rodeno resinados y encontrarse estos muy “esbarridos”, muy esparcidos por el monte, las subastas empezaron a perder fuelle y a dejar de ser rentables para el maderista y por ende para el pueblo, (de repartir un dinero para el pueblo directamente para los vecinos por la tala de pinos, a tener un déficit por la pérdida de estos ingresos). Lo que se vino haciendo fue tener una cuadrilla que se encargaba tanto de tirarlos como de arrastrarlos con el fin de recogerlos según se tiraban porque si no, se quedaban muchos en el monte perdidos. Esta fase como era tan comprometida, los precios se hacían más sobre la marcha de la faena, cada día salían dos de la cuadrilla que ya se juntaban parejas al empezar, cada uno con una caballería para recogerlos y terminada la operación cobrar todos lo mismo.
En ocasiones por exceso de trabajo u otras necesidades se utilizaban leñadores que recorrían en cuadrillas los bosques aragoneses Montes Universales, Moncayo y Pirineos, dedicados a la corta y «saca» de pinos con destino a la construcción y la industria. Normalmente nómadas y temporeros -como los segadores hasta la mecanización del campo-, solían ser contratados por mayoristas o ayuntamientos para el apeo, descortezamiento y escuadrado de los árboles y su posterior saca hasta las vías de comunicación a través de los «arrastraderos».
Una vez en el suelo, se procedía al desrame y descortezamiento “pelado” del árbol, todo lo iba haciendo la cuadrilla indistintamente, de los más veteranos iban aprendiendo los más jóvenes.
Después llegaba el transportarlos por los «arrastraderos» con los mulos hasta los cargues de madera situados en las pistas forestales.
Los arrastradores de madera fueron durante muchos años “Los Federales”, Ignacio (padre) y José Ramos que lo realizaban con un par de mulas cada uno, siendo también muy corriente que les acompañara otro par de Gea de Albarracín, Miguel (Calvo) y batiendo pinos José Julián Fornes. Los aperos o arreos para esta faena eran: La Collera, el collerón, yugo, balancín, cadena, cabezada, retranca, barriguera, el ramal, el morral y las alforjas como más representativos, su trabajo no se centraba solo en el pueblo, , fueron a arrastrar madera a buena parte de los pueblos de la sierra y del bajo Aragón. Muy nombradas fueron las nogueras que sacaron de Villarluengo, un barranco imposible donde la saca fue un espectáculo para el pueblo congregando a todas las “fuerzas vivas”. En épocas ya tardías se unirían otros arrastradores como Mariano Civera con arrastre de tiro con un macho.
Ahora… todo pasó a la historia.
ORDENACIÓN DEL MONTE “EL PINAR” DE LOS PROPIOS DE BEZAS”
DIVISIÓN DEL TERRITORIO FORESTAL
OPERACIONES DE CORTA Y EXTRACCIÓN
La resina, actividad económica más importante de Bezas, comenzó hacia 1915, perviviendo hasta finales de los 70. En la explotación del monte para la obtención de resina participaban el resinero, el remasador y el carretero. En época normal había alrededor de 25 resineros, sus familias vivían en el pueblo, en los Casetos de Valdepesebres, en las Fraguas y en la Mina entre otros.
Los montes pertenecientes al pueblo están amojonados marcando sus lindes con los pueblos limítrofes y las tierras comunales. Al mismo tiempo el monte estaba subdividido en “tronzones y cuarteles”. Al resinero se le marcaba su territorio de trabajo tomando como referencias las calles, los amojonamientos o pinos que se “derroñaban” en forma de anillo. Las campañas de la resina se dividían en quinquenios, que serán los que se necesitaban para trabajar toda una cara. La campaña iba de marzo a noviembre. El primer mes y parte del segundo los “resineros” preparaban el monte; “Derroñe y Clavado”, que consistía en quitar la choza a todos los pinos a picar sin sangrarlo, ponían la chapa y la punta para aguantar el “cacharro”, bote de recoger la resina; era de barro cocido.
El reparto de cacharros si el monte no tenía, por ser monte nuevo o reponer los gastados en campañas anteriores, se hacía distribuyéndolos con los mulos. Los camiones los habían traído hasta las proximidades del monte.
Sobre finales de Abril o principios de Mayo se comenzaba a picar el monte, los útiles empleados por los resineros eran el hacha, la media luna y la maza. Se arrancaban de 3 a 4 virutas para conseguir el ancho de la pica, unos 12 cm.Se empieza a unos 15 cm. , del suelo, lo justo para que cupiese el cacharro. A lo largo de la campaña se iba renovando la pica, alcanzando al final unos 50 a 60 cm. , de altura. El arranque era de unos 5 a 7 mm, menguando hasta una viruta como “el papel de fumar”. El hecho de no profundizar era para respetar la vida del pino y suponía causa de multa tanto si se pasaba de profundidad como de anchura. De una pica a la siguiente pasaban de 6 a 8 días con el fin de completar el sangrado de la herida. La cara debía subir recta, aunque en ocasiones en algunos pinos torcidos o en situaciones forzadas, la cara giraba para conseguir que la resina cayera al cacharro, llegando a colocar virutas clavadas en la cara para dirigir la caída, lo cual suponía motivo de multa.
Conforme avanzaba la campaña, el resinero tenía un conocimiento casi exacto del rendimiento de cada pino, lo que le permitía el trasiego de cacharros de pinos que daban poca a los que excedían lo previsto. El propio resinero tenía que quitar un cacharro y poner otro nuevo, dejando éste tapado en el suelo con las mismas virutas secas, llegando incluso a trasvasar resina de un pino a otro en ausencia de cacharros, llevando un recipiente al efecto.
Como norma general, un resinero llevaba unos 6 a 7.000 pinos, dependiendo de la dificultad del monte, alcanzándose situaciones límites de llevar 10.000 pinos. Se solían por tanto resinar unos 1.000 pinos por día.
Para San Fernando, 29 de mayo comenzaba la recogida de resina. Se encargaban los remasadores en cuadrilla de unas 6 a 8 personas, se habían realizado de 6 a 7 picas. El carretero debía con anterioridad haber repartido las cubas por el monte en los lugares predeterminados. Con la paleta y la lata, recorrían pino por pino el monte para una vez llena vaciarla en las cubas.
En los años veinte el carretero las recogía y llevaba a Teruel. Con la llegada de los camiones éstas se acercaban a los “cargues de las cubas” donde eran recogidas y llevadas a las resineras. En un principio la resina de Dehesas Nuevas se llevaba a Bezas; la de Valdepesebres, Peña la Cruz y la Nava entre otras, a la Casa Forestal, después ya los camiones se adentraban más por las pistas forestales a los montes y las distancias disminuyeron.
Los nombres de lugares como “Los Callejones, El Alto de la Mata, Dehesas Nuevas, Valdepesebres, El llano la Verzosa, La Yermosilla, Peña la Cruz o las Lagunillas” entre otros eran de uso cotidiano entre los lugareños.
Las cuatro primeras remasas las hacían ellos, pero la última la hacía el propio resinero terminado el “barrasco”, o en ocasiones simultáneamente.
El barrasco consistía en recoger la resina solidificada a lo largo de la campaña en la cara, esto se efectuaba con una lona o mantel colocado en la base del pino, así, la que al rascar no caía al cacharro, se recogía y se depositaba en él. Esta resina es más dura y llena de impurezas.
La última remasa tenía un serio inconveniente; el reparto de cubas. En un principio había que llevar cubas a la colla de remasadores, pero ahora al estar todos los resineros remasando diseminados por el monte, las cubas había que repartirlas por todo el territorio. Aunque el carretero preveía e iba con anterioridad dejando cubas, éstas eran insuficientes; muchas veces a consecuencia del apremio y la falta de cubas traídas por los camiones. La proximidad del frío y querer terminar cuanto antes, hacía que todo fuesen prisas, produciendo más de un altercado; los improperios y juramentos se oirían a kilómetros.
El carro especial usado para llevar las cubas podía llegar a cargar 20 cubas vacías y un máximo de ocho llenas. Una lata llena venía pesando 18 Kg., luego una cuba pesaría de 200 a 220 Kg., las grandes de 280 a 300 Kg. Si a ésto le añadimos la dificultad que suponía el pringue y el calor podemos imaginar los trabajos de estas personas. En el término de Bezas los carreteros fueron la familia conocida como “Los Federales”, realizando estos menesteres desde principios de siglo.
El pago de estos trabajos, no estaba en proporción a las fatigas. El carretero cobraba por cubas entregadas. El resinero cobraba un tanto por kilo de resina entregada, el derroñe y preparación del monte no se pagaban. En la fábrica había un representante de los resineros para velar por sus intereses, normalmente puesto por el dueño de la fábrica así que podemos imaginar su representación. El remasador también cobraba un tanto por kilo recogido, inferior ese porcentaje al del resinero pues éste solo se encargaba de recoger.
Sobre la resina entregada había descuentos; el agua y las materias extrañas mezcladas en la resina entre otros. Este descuento lo hacía a ojo, según el criterio del empresario.
Con la prohibición de seguir picando los pinos mediante el método tradicional, desaparecería un antiguo oficio. Se intentó seguir con el nuevo método del ácido, haciéndose la prueba en La Pasadilla, pero no resultó lo satisfactoria que se esperaba. El cierre de las minas y el fin de la resina marcaron la decadencia del pueblo.
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