Cualquier motivo podía servir para romper la monotonía del trabajo, en este caso una boda, pero no una boda cualquiera, sino la de una moza del pueblo con un “forastero”, un mozo de otro pueblo. Eso de llevarse una zagala -cuando la escasez de ellas era evidente-, parece que no estaba del todo bien visto, y si no era posible evitarlo, al menos que le costara al intruso unos duros el hacerlo.
Cuando ya se comprobaba que el noviazgo estaba adelantado, pues el mozo ya “entraba” a casa de su futuro suegro, se le comunicaba que era costumbre en el pueblo que el novio pagara la manta, consistente en una convidada al resto de los mozos. En estas ocasiones los conejos y el vino solía ser el plato a degustar, normalmente cocinado en la tienda del Federal, donde en los años 25 a 35 se le podía oír cantar esta jota:
Pareces una paloma cuando por la calle vas
con el meneo que tienes, ¡ ay ! A cuantos engañarás.
Que bien cantas, que bien bailas, que bien te jaleas niña
si tan bien le das al “ciazo”, que suave caerá la harina.
En los campos de Teruel tengo plantada una flor
que el aire la bandolea y desde aquí siento el olor.
Los amantes de Teruel no murieron de pensar
murieron de sentimiento por no poderse casar.
Hermosa maranchonera, vecina de Maranchón
siendo tus padres tan ricos ¿cómo no te hicieron balcón?.
Pero no siempre caía a gusto del novio, en ocasiones alguno se puso “farruco” negándose a pagar la manta, viéndose con sus huesos en el pilón del abrevadero de los mulos, sacado a pedradas del pueblo o quemar alguna «bardera» de leña de la familia de la novia, todo esto para que reconsiderara el cumplir con la tradición.