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El cubo emana la unidad, la uniformidad, la inamovilidad así como la estabilidad y la fortaleza… está vinculado a lo masculino.
La oquedad por el contrario, está dotada de simbolismo femenino, el mundo de la libertad, un paso del orden que da prioridad a la naturaleza, a la mujer, a la materia, al que da la preeminencia al espíritu. Es el aspecto abstracto de la caverna, la inversión de la montaña. Muchos significados simbólicos se superponen en la oquedad… como el recuerdo del pasado, aludiendo también a la madre y al inconsciente por la conexión que liga todos estos elementos.
El espacio es una región intermedia entre el cosmos y el caos. Como ámbito de todas las posibilidades es caótico, como lugar de las formas y las construcciones es cósmico.
La habitación, símbolo de la individualidad del pensamiento personal. Las ventanas simbolizan la posibilidad de entender, de transir a lo exterior y lejano.
Todas las imágenes que se presentan en un recinto, espacio cercado corresponden a la idea del espacio sagrado y limitado, guardado y defendido por constituir una unidad espiritual. Pueden simbolizar la vida individual, especialmente a la vida interior del pensamiento.
Lo pétreo, es el encuentro con los cambios, estructura burda y masa dura que esconde las formas más bellas, es un camino, una búsqueda a partir de la nada dando forma a lo invisible hasta hacerlo tangible.
Cultivar las cualidades de lo femenino completándolas con las de su paredro masculino es permitirse recuperar la memoria y verdadera naturaleza del ser humano, análoga a la del cosmos entero, y descubrir que todo se origina con la polarización de la unidad en un principio femenino y otro masculino, que conjugándose generan los planos jerárquicos y simultáneos del universo y los indefinidos seres que los habitan.
Lucía Hernández.
VV.AA.
Selección de obras
Fotos inauguración en Las Atarazanas