ABC. es / Fabián Simón – Ana Rosa Bel / Zaragoza
Pueblos rescatados del olvido
Frente a la estampa desoladora de los pueblos que han perdido a todos sus vecinos en las últimas décadas, se encuentra la de los núcleos que comienzan a resurgir. Las iniciativas para rehabilitarlos se multiplican
Muchos pueblos de Teruel comienzan a resurgir tras años en el olvido
Entre 1984 y 2010 cabe una generación entera. Las Casillas de Bezas, una aldea turolense enclavada en la Sierra de Albarracín, ha permanecido en silencio durante todo ese tiempo. Hace veinticinco años, la última familia que quedaba en la localidad, el señor Apolinar, su mujer y su hijo, cerraron la puerta de su casa y se marcharon a la ciudad.
A escasos kilómetros de Las Casillas de Bezas, los habitantes de San Pedro vivieron historias similares. A finales de los ochenta, sus vecinos decidieron emigrar buscando mejores condiciones de vida. A pesar de lo avanzado de su tiempo, no tenían ni luz ni agua y tenían que desplazarse a los pueblos contiguos para hacer cualquier gestión. Sólo una familia ha vivido en este enclave, convertido en pedanía de Albarracín, durante el último cuarto de siglo. Con la tranquilidad como gran aliada, se han tenido que acostumbrar a coger el coche cada vez que salen de casa.
Roberto Gil, dueño del Casino de Albarracín, cuenta que sus padres fueron los últimos en marcharse del poblado de «El Membrillo». «Ahora, ya son mayores y sólo vuelven en verano. Yo voy de vez en cuando, sobre todo para dar una vuelta por la casa, pero en invierno, allí ya no queda nadie», dice.
Nuevos incentivos
Frente a esta imagen desoladora se encuentra la de los núcleos rurales que comienzan a resurgir tras años de olvido y la de los que logran mantenerse gracias a iniciativas públicas y privadas. Gea de Albarracín es uno de ellos. Sus más de 450 habitantes son testigos del esfuerzo que ha realizado el consistorio para que sus habitantes no se marchen. El último proyecto que han llevado a cabo ha sido la rehabilitación de una vivienda propia del Ayuntamiento mediante subvenciones del Gobierno de Aragón y de la Diputación Provincial de Teruel. Una vez arreglada, sólo necesitaban unos inquilinos para habitarla.
La idea encajó perfectamente con las aspiraciones de Juan Carlos Gil y Josefa Velasco. Hasta septiembre de 2009, vivían en Sabadell, un municipio de Barcelona con 193.000 personas censadas. Debido a la crisis, perdieron su empleo y decidieron dar un nuevo rumbo a su vida. A través de una grupo de acción local hicieron un primer intento de establecerse en la sierra de Albarracín, concretamente en el municipio de Frías . «La experiencia no cuajó, pero nos enteramos de que el horno de Gea, cerca de allí, estaba cerrado desde hacía tiempo y necesitaba de alguien que quisiera llevarlo. No nos lo pensamos», cuentan.
Aunque es la segunda vez que hacen las maletas para cambiar de casa en los últimos seis meses, se muestran satisfechos con la idea. En un principio, su mayor preocupación fueron sus hijos, de ocho y doce años, pero han sabido adaptarse sin problemas.
Desde principios de la década de los noventa distintos grupos de acción local trabajan para rehabilitar estas zonas .
Impulsos necesarios
Para facilitar la integración de los nuevos habitantes, llevan a cabo iniciativas en las que un asesor realiza el proceso de selección de los pueblo en el que decide instalarse la familia, la ponen contacto con el resto de vecinos del municipio y hacen un seguimiento de su acogida e integración.
En la mayoría de los casos los nuevos inquilinos son personas que vivían en la ciudad y que buscan la tranquilidad de los núcleos rurales, a ser posible, sin cambiar de trabajo.
En concreto, estas entidades trabajan con emprendedores que quieren continuar con su forma de vida, y que no necesariamente quieren estar vinculados a la tierra. Entre ellos se encuentran periodistas que quieren tener la seguridad de que podrán mandar una crónica al periódico desde casa, y que quieren tener las infraestructuras necesarias para poder hacerlo o padres que necesitan llevar a sus hijos al colegio. En los últimos años, gracias a los programas públicos y privados la imagen del pueblo desolador y sumido en el olvido ha quedado relegada.